Las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad y su presencia en el Pequeño Cottolengo de Claypole
En el marco de los 90 años de la colocación de la piedra fundamental del Pequeño Cottolengo de Claypole, que tuvo lugar un 28 de abril de 1935, recordamos la llegada de las "Hermanas de Don Orione" a ese lugar de Caridad.
Un recorrido por la década del ´30 en Argentina
La década de 1930 fue un período en el que se produjeron importantes transformaciones en nuestra economía y sociedad. La crisis económica mundial de 1930, entre otras cuestiones, desorganizó la circulación de dinero, el comercio y la producción internacional y esto afectó la relación que Argentina, como país exportador de materia prima e importador de industria y capitales, mantenía con los países industriales (en especial con Gran Bretaña). El descenso de la economía provocó deterioro en los niveles de vida de los sectores populares, desempleo y reducción de salarios.
En este contexto, la burguesía agraria vinculada con el mercado externo tuvo que emprender una serie de ajustes en el sector primario exportador y en la organización de la economía argentina en general. Para ello utilizará al Estado ocupado a través del golpe cívico-militar de 1930. El Estado asumirá un nuevo papel, interviniendo cada vez más en las cuestiones económicas para buscar soluciones: en un primer momento asegurando márgenes de ganancias para el sector terrateniente, luego desarrollando políticas que indirecta o directamente posibilitaron la producción de industria en el país.
La expansión paulatina de esta actividad produjo el surgimiento de una nueva clase obrera. Estos trabajadores eran consecuencia de las migraciones internas, al traslado de poblaciones de origen rural a las grandes ciudades en búsqueda de trabajo ante la caída de la producción en el campo y la posibilidad de una vida mejor en la ciudad. La veloz afluencia de estos contingentes llevó al surgimiento de asentamientos irregulares o villas de emergencia en los alrededores de las ciudades de destino.
El 6 de septiembre de 1930, el general retirado Uriburu realizó un golpe de Estado que derrocó al gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen. Se estableció así un gobierno de facto, sin respetar los procedimientos de acceso al poder y prácticas del mismo, así como los derechos y garantías, establecidos en la Constitución y las leyes.
De esta manera comenzó una extensa etapa de la historia argentina caracterizada por la presencia periódica de militares en el gobierno. Los golpes de Estado generaron gobiernos que restringieron en forma violenta la participación de la mayoría de los ciudadanos en la toma de decisiones. Este primer golpe fue una reacción de la burguesía terrateniente argentina ante la amenaza de perder poder económico en un contexto de crisis.
Repercusiones de la crisis en la sociedad
Los primeros años de la década del '30 estuvieron marcados por el desempleo, la miseria, la reducción de los salarios y la disminución del consumo familiar, secuelas de la crisis económica.
La crisis afectó tanto a los trabajadores rurales como a los industriales que fueron despedidos o vieron disminuir sensiblemente sus salarios. En los grandes centros urbanos, como Buenos Aires y Rosario se formaron grandes villas de viviendas precarias, construidas con latas y cartón, en las que se asentaron muchas familias empobrecidas, provenientes del campo y de la misma ciudad.
Junto a las condiciones de marginalidad a las que eran empujados los sectores populares urbanos, en las grandes ciudades se incrementó de manera notable la criminalidad. Además de la delincuencia individual fueron tomando auge importantes bandas organizadas al estilo de la mafia italiana. La ciudad de Rosario, que había atraído a un gran número de inmigrantes mostró la acción de grupos cuyos principales negocios eran los secuestros extorsivos, la prostitución y el juego clandestino. La delincuencia también estaba asociada al poder político. Algunos dirigentes utilizaban pistoleros tanto para controlar sus negocios clandestinos particulares como para manejar a su antojo los actos comiciales fraudulentos. El más célebre de estos pistoleros fue Juan Ruggero, alias Ruggerito, que trabajaba para el caudillo de Avellaneda Alberto Barceló.
La recuperación económica, manifiesta desde 1933, fue acompañada por un descenso del desempleo y un crecimiento de las migraciones internas.
Migraciones internas
Se comenzó a despoblar el campo. Muchos pobladores rurales de la región pampeana y de otras provincias interiores abandonaron sus lugares de residencia ante la falta de trabajo o la reducción de los salarios para trasladarse a la ciudad. Además, la ciudad, con su gran actividad, atraía como un imán.
Se instalaban en Rosario, Córdoba, pero sobre todo en Buenos Aires, ciudades donde se concentrarían las industrias con la consecuente demanda de mano de obra. Este fenómeno alteró la vida y el espacio urbanos de ciudades no preparadas para recibir un aumento explosivo de población. A la ciudad tradicional la fue rodeando un cinturón cada vez más espeso de viviendas precarias, muchas veces apenas de chapa y cartón donde los recién llegados se iban mezclando con los antiguos trabajadores empobrecidos por la crisis, ya más arraigados. En las villas de emergencia las condiciones de hacinamiento eran graves, los servicios públicos (luz, transporte, agua corriente, pavimento) tampoco estuvieron a la altura de las necesidades de los nuevos contingentes urbanos.
La clase obrera
La clase obrera creció, siguiendo el avance de la industrialización. La afluencia de una gran cantidad de trabajadores de origen rural a la actividad industrial provocó un profundo cambio en la composición de la clase obrera argentina. Los nuevos obreros, provenientes del interior no tenían experiencia gremial y política. Se mezclaban con los viejos obreros, en su mayoría de origen europeo, que si estaban organizados en sindicatos y muchos participaban en partidos políticos.
La situación de los trabajadores no varió demasiado. Las condiciones de trabajo eran fijadas por los patrones. No había convenios de trabajo, por lo que los empresarios podían manejarse con arbitrariedad.
A partir de 1935 se podría decir que había más fábricas, más actividad, más empleos... pero los salarios seguían muy bajos. Los obreros, ya más seguros de sus puestos, protestaban por medio de huelgas. Pero los empresarios, apoyados por el gobierno conservador, no hacían concesiones. Poco a poco, los obreros iban teniendo más y más claro qué era lo que necesitaban y cuáles eran las grandes injusticias, y de esa manera volvían a fortalecerse los sindicatos. Especialmente la Confederación General del Trabajo (CGT), creada en 1930 y reorganizada en 1936, donde se agrupaban sindicatos tradicionales, como el de los ferroviarios y otros más nuevos, como los textiles o los de la carne.
Frente a los problemas sociales los gobiernos oscilaron entre la represión y la indiferencia. La persecución política y sindical fue la primera reacción frente a las demandas de los trabajadores. Las actividades sindicales eran vistas como hechos delictivos peligrosos para los intereses del Estado.
Cultura y sociedad en la década del 30
Quedaron atrás los años de prosperidad y expectativas. Había que convivir con la crisis y la depresión económica, la interrupción del proceso democrático, el fraude electoral y los negociados. Para muchos, como los sectores medios y obreros, fueron años de desesperanza y escepticismo. Escritores, artistas plásticos e intelectuales en general, reflejaron en su obra los sentimientos de una época, sentida por muchos, como una de las más difíciles y más sufridas de nuestra historia. El tango fue una de las manifestaciones de la cultura popular que mejor expresó estos cambios.
La Iglesia Católica y su relación con la sociedad civil y el Estado de los años '30
La Iglesia, que viene desde la década del '20 rearmándose, frente a la crisis del Estado liberal avanza sobre el Estado para penetrar y cristianizar la sociedad civil. El acontecimiento simbólico de este período será el Congreso Eucarístico Internacional de 1934, por cuanto no fue solamente una celebración religiosa, sino que fue presentada por la Iglesia como un "suceso nacional" y pasó a constituir el mayor logro del catolicismo integral. De este modo la Iglesia se expandirá a través del tejido social convirtiéndose en una institución cada vez más grande y compleja. En esta trama, la crisis del treinta será considerada por la institución eclesiástica como una crisis moral más que política o económica. Se elabora entonces un proyecto de sociedad en el que la Iglesia sería la garante de estos aspectos espirituales que guiarían la acción de los "gobiernos temporales".
A fines de la década del '30, atender la cuestión social, se convirtió en una tarea urgente de la Iglesia. La democracia y el sistema de partidos eran cuestionados. Era necesario, por lo tanto, apelar a la religión para que otorgue un sentido y un destino legítimos al gobierno y al estado. Se produce, así, una paulatina catolización del Estado, la sociedad y sus instituciones, reforzando el papel de la Iglesia como portadora de la identidad nacional.
Un llamado a la caridad
En tiempos de profundas crisis sociales y económicas en la Argentina de 1930, Don Orione, siempre atento a los clamores de los más necesitados, respondió con generosidad y fe enviando a las primeras seis Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad a Buenos Aires. Su misión era clara: servir a los más pobres entre los pobres, a los enfermos, a los abandonados, a los olvidados de la sociedad.
Don Orione envía a las primeras misioneras
El 15 de setiembre de 1930, fiesta de la Virgen Dolorosa, finalizaban en Tortona los Ejercicios Espirituales de las Hermanas. Durante los mismos, Don Orione les había comunicado noticias de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, afirmando la necesidad de que las Hermanas debían alargar sus tiendas y cruzar los mares para llevar la luz del Evangelio a tantos pueblos privados de la fe.
Les explicó el pedido insistente del Padre José Zanocchi, para poder abrir un Cottolengo donde albergar toda clase de necesitados: pobres, enfermos, huérfanos, abandonados…
Después de haberles dado un encendido discurso les preguntó: “¿Y ustedes, irían voluntariamente a las misiones?”
La pronta respuesta fue la esperada: “Sí, sí. ¡Vamos!”
Recibidas por escrito las solicitudes de las que deseaban ir a América, Don Orione eligió las primeras seis hermanas que serían destinadas a las misiones.
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Las seis primeras misioneras enviadas por Don Orione a la Argentina junto a la Madre General |
Los días que precedieron a la partida fueron de gran actividad. La mañana del 2 de diciembre de 1930 admitió a los Primeros Votos a tres de las aspirantes que partirían para América: Sor María Bienvenida Spaggiari, Sor María Misericordia Dei Martinello y Sor María Pax Crucis Carniato. Y a otras tres a los Votos Perpetuos: Sor María Concepción Bova, Sor María Fe Ienuso y Sor María Lucía Meduri, junto con la Superiora General Sor María Paciencia Tersigni. Y para asegurarles que estarían acompañadas en todo momento, Don Orione les dijo: “Yo me hago responsable de cada una de ustedes”.
Invitación a la función de despedida de las Misioneras |
Por la tarde, después de rezar a los pies de la Virgen de la Guardia y saludar a las Hermanas Sacramentinas, se dirigieron a la Iglesia de San Miguel, donde el Obispo entregó a cada religiosa el Crucifijo Misionero, clausurando la función con el canto del Himno Misionero.
Luego fueron acompañadas hasta la estación por la comunidad y el pueblo de Tortona, donde, entre rezos, aclamaciones y abrazos partieron hacia Génova junto con la Superiora General.
Don Orione, deseando que esta partida tuviera un relieve particular, envió desde Génova una invitación personal a cada familia, donde comunicaba, junto con la partida, la obra de amor que iban a comenzar en América a favor de los pobres más pobres.
Después de una cálida función de despedida realizada el día anterior, se embarcan el 7 de diciembre de 1930 en el “Giulio Cesare”, a las 12.45 horas, llevando en sus corazones la bendición de Don Orione y las palabras de despedida: “Vayan, y la bendición de Jesús Sacramentado sea su ayuda y su fuerza. Que Él las conforte e ilumine todos sus pasos… La Virgen Santísima las tome de la mano, enjugue sus sudores y sus lágrimas, y no las abandone nunca…”
La travesía fue larga y se constituyó en la primera experiencia misionera que vivieron con generosa entrega. A medida que pasaban los días hacían su apostolado también en el barco, donando a cuantos se le acercaban: alegría, esperanza, serenidad y paz.
Con el envío de las primeras seis Hermanas Don Orione respondía al insistente pedido que le hiciera el Padre José Zanocchi desde la Argentina. En una carta fechada el 13 de noviembre de 1930 le comunicaba que las mismas llegarían el 22 de diciembre a Buenos Aires a bordo del vapor “Giulio Cesare”.
En una segunda carta, con fecha 6 de diciembre de 1930 le comentaba lo siguiente:
“Van entonces, las seis Hermanas, como ya le he escrito, la Superiora de ellas es Sor M. Concetta, de 29 años, pero la más antigua en Congregación.
Son seis óptimas religiosas que harán mucho bien, van llenas de buena voluntad y todas confiadas en el Señor y la Santísima Virgen.
Después de Dios y la Santísima Virgen Inmaculada, las pongo en sus manos...hágales de padre en Jesucristo....
Confórtemelas, especialmente en los primeros pasos...ahora espero que la Sra. Anchorena se tranquilice con nosotros ya que le mando seis de las mejores Hermanas.
Las seis tienen el diploma oficial de enfermeras y dos de ellas tienen también el diploma de maestras pero, sobre todo, son religiosas óptimas, serias y laboriosas.
Algunas también saben bordar, cortar y coser...”
Las seis primeras Hermanas Misioneras llegaron a Buenos Aires, y como estaba previsto, el Padre José Zanocchi las recibió en el puerto. De allí partieron hacia el pensionado Santa Felicitas (ubicado cerca del actual Hospital de Niños Doctor Pedro de Elizalde) en la calle Montes Oca, de la Capital Federal, atendido, en ese entonces, por Hermanas españolas de Jesús- María, permaneciendo allí un mes para iniciarse en el idioma.
A pedido de las Damas de San Vicente de Paul, fueron a Lanús, al Colegio San Vicente, donde permanecieron un año colaborando en la enseñanza catequística y dando clases de manualidades.
La Hermana María Pax Crucis nos relató esos primeros momentos:
“Pasamos el primer mes en el Pensionado y después fuimos a dar inicio a la Casa de San Vicente de Paúl, en Lanús. La Presidenta de las damas Vicentinas, la Sra. Dolores de Anchorena, quería que nos dedicáramos a la atención de las chicas del Buen Pastor, pero nosotras veníamos para el Cottolengo. Además, ella se lamentó porque no conocíamos la lengua y porque nos encontraba poco preparadas.
Entonces nos dedicamos a obras religioso-sociales en aquella población, dando catequesis, preparando a la primera comunión, etc.”.
La idea de Don Orione era poder abrir allí el primer Cottolengo, cosa que no pudo concretarse en ese momento.
El 29 de junio de 1931 tuvo lugar la apertura de la primera casa de las PHMC en el barrio de Floresta: Eugenio Garzón 3975, Capital. Casa sencilla y pobre, donada por el Sr. Juan Campos y Señora. Contaba con tres habitaciones, cocina, un pequeño comedor, jardín y garage que fue convertido en capilla, con un simple altar de madera.
Con una emotiva ceremonia, el Superior Provincial de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, Padre José Zanocchi, celebró la Santa Misa y bendijo las instalaciones. Al finalizar la función, entregó el velo a una postulante que tomó el nombre de Sor María Beatriz.
La casa se puso bajo la advocación de Santa María Madre de Dios y de San Joaquín y Santa Ana. La primera comunidad estuvo formada por: Sor María Fe, Superiora, Sor María Bernardina y Sor María Natalia.
Contaba Sor María Pax Crucis: “El 21 de abril de 1931 llegaron nuevas misioneras para unirse jubilosas a las que ya habíamos iniciado nuestro apostolado en tierra americana. Esta nueva expedición estaba formada por: Sor María Natalia Serra, Sor María Bernardina Gorani, Sor María Templanza Pollarolo, Sor María Modesta Romeo, Sor María Alleluia L.”
Las religiosas fueron acogidas con gran alegría por el Párroco de Luján Porteño, Padre Ignacio Ratto, quien demostró deseos de que las hermanas colaboraran en el apostolado parroquial.
Como todos los principios, el comienzo de la Congregación en Argentina fue difícil. La casa, sumamente pobre, carecía hasta de lo indispensable, pero las hermanas, llenas de fervor y entusiasmo, amaban esta pobreza, sobre todo porque tenían con ellas a Jesús en el Sagrario.
Debemos recordar que la primera donación de pan fue recibida de la Escuela “Lavalle”, que por intermedio de la portera entregaba a las hermanas casi todos los días, el pan que sobraba del comedor de los niños.
El 18 de agosto el Cardenal Santiago Luis Copello, recibió en la Curia a las primeras religiosas, demostrando la alegría de tenerlas en su Diócesis. Les habló de Don Orione, las animó y las bendijo paternalmente.
El 5 de noviembre de 1931 se abrió en la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), Capital Federal, el Centro Catequístico Beata Imelda.
El reencuentro de las Hermanas con Don Orione tuvo lugar a los pocos días de la llegada de éste a Buenos Aires en ocasión del Congreso Eucarístico Internacional (año 1934).
Así lo relataba la Hna. María Pax:
“Cuando Don Orione llegó a la Argentina, sobre la misma nave que transportaba al Cardenal legado al Congreso Eucarístico Nacional de Buenos Aires, yo no pude ir al puerto. Estábamos en la casa de la calle Victoria donde entonces me encontraba, éramos dos hermanas, la superiora era Sor María Bethlem.
Pero Don Orione vino a nuestra casa. Recuerdo que nos arrodillamos delante de él para recibir la bendición, luego nos pusimos a su alrededor para besarle la mano, a pesar de que sabíamos que no lo permitía, pero...cosa extraña, esta vez nos dejó hacerlo y nos dirigió paternalmente la palabra: -“¿Están contentas? Sepan que les he traído a su Superiora”. En efecto, un par de horas después llegó también nuestra Madre General Sor María Paciencia.
Hasta diciembre me tocó servirlo en la mesa, en la casa de la calle Victoria, a él y a las personas que estaban con él. En las semanas del Congreso, no siéndoles posible hacer de otra manera, comían en nuestra casa.
Nos habló muchas veces en aquel tiempo y el escuchar sus discursos nos llenaba de recogimiento.
Don Orione residía en la Parroquia de Victoria y desde allí venía todos los días a Hipólito Yrigoyen donde atendía a muchas personas, entre ellas también sacerdotes”.
Una semilla de amor en Claypole: El nacimiento del Pequeño Cottolengo
Argentino
El sueño de Don Orione, sembrado en los surcos del
dolor humano, florecía en la Argentina de los años 30. En un país herido por la
crisis y la pobreza, la caridad encontró caminos nuevos para tocar los
corazones olvidados.
A principios de 1935, el Nuncio llamó a Don Orione con urgencia para hacerle comunicaciones importantes: la señora Carolina Pombo de Barilari ofrecía veintiún hectáreas con quinta y casa, a veinticinco kilómetros de Buenos Aires, en la localidad de Claypole. Su valor ascendía a doscientos mil pesos.
La noticia hizo reflexionar al Fundador. ¿No era una indicación clara de la Divina Providencia para dar surgimiento al "Pequeño Cottolengo Argentino”? Se trataba de otro objetivo que debía cumplirse para completar el apostolado en Argentina. Y, en este momento, se dio un intercambio de señales entre la Providencia y el Fundador: éste manifestó el destino que se proponía dar a la nueva propiedad como "Pequeño Cottolengo Argentino", y la Providencia respondió indicando la aprobación del proyecto: en efecto, la señora Pombo de Barilari agregó treinta mil pesos para la construcción de un primer pabellón y una hermana suya ofreció también treinta mil pesos para un segundo pabellón.
¡Todo sucedía en febrero de 1935, y Don Orione había llegado hacía sólo cuatro meses! Al mismo tiempo se dieron también nuevos anuncios: otras señoras ofrecieron otros pabellones.
Doña María Unzué de Alvear y Doña Adelina Hilarios de Olmos, benefactoras insignes, muy conocidas en Buenos Aires y condecoradas por la Santa Sede, ofrecieron cada una un pabellón para el Cottolengo; Doña María Baudrix ofreció otro; de un modo u otro se interesaron en la obra las señoras Anchorena de Elortondo, Alvear de Bosch, Cárdenas, Lacarra, Guillermina A. R. de Goyena y Esther Varela de Pouthon, Martín Jacobé y señora, Emilio Cárdenas, Tomás Cullen, Alfonso Ayerza, Abel H. Lacarra, Nicolás Campo, Amadeo Barousse, Ovidio Bianchi, Enrique Cuomo.
El 21 de febrero, Don Orione llega a la Casa Madre de las PHMC en Floresta después del almuerzo acompañado por el Padre José Zanocchi. Luego de predicar a las Hermanas les comunica la noticia de que pronto abrirá el Pequeño Cottolengo Argentino, inmediatamente después de esto les dio la bendición.
Esto es lo que, por aquel tiempo, escribía Don Orione acerca del Pequeño Cottolengo:
"Buenos Aires, 13 de abril de 1935
¡Deo gratias! Confiados en la Divina Providencia, en el gran corazón de los argentinos y de toda persona de buena voluntad, iniciamos en Buenos Aires, en el nombre de Dios y con la bendición de la Iglesia, una humildísima obra de fe y de caridad que tiene como objetivo dar asilo, pan y consuelo a los 'desamparados', a los abandonados, que no pudieron encontrar ayuda y refugio en otras instituciones de beneficencia.
La obra toma vida y espíritu de la caridad de Cristo, y su nombre de San José B. Cottolengo, apóstol y padre de los pobres más infelices.
En la puerta del Pequeño Cottolengo no se le preguntará al que entra si tiene un nombre, sino sólo si tiene un dolor”.
El 28 de abril cuatro hermanas (María Concetta, María Lucia, María Benvenuta y María Pax Crucis) participan de la colocación y bendición de la 1era piedra fundamental del Pequeño Cottolengo Argentino llevada a cabo por el Nuncio Apostólico Monseñor Felipe Cortesi y con la presencia de una gran multitud de personas, entre las cuales destacaba el Presidente de la República Agustín P. Justo y varios bienhechores.
Avellaneda: Primeras puertas abiertas
El 2 de julio de 1935, en la ciudad de Avellaneda —por entonces de entre cien y doscientos mil habitantes—, abrió sus puertas una humilde casa del Pequeño Cottolengo. Tres necesitados fueron acogidos, cuidados amorosamente por dos religiosas provenientes de Floresta: las hermanas María Lucía y María Lucilla. La obra de la Divina Providencia comenzaba, discreta pero luminosa.
Tiempo de envío y misión
Durante los ejercicios espirituales de enero de 1936, en Floresta, Don Orione acompañó a las hermanas celebrando la Santa Misa y predicándoles sobre la obediencia, esa virtud que era, para él, la raíz de toda caridad verdadera. Al final, les entregó personalmente los dos primeros capítulos de las Constituciones, como un legado de fe y compromiso.
Primeros artículos de las Constituciones de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad escritos y fechados por Don Orione el 12 de septiembre de 1935 en Buenos Aires |
Era tiempo de abrir nuevos horizontes. El 20 de mayo de 1936, tres hermanas: María Fe Ienuso, María Rita Naccarato y María Margarita Balossi, elegidas por la Providencia, fueron enviadas a Claypole. Con alegría, esperanza y también sencillez, partieron después de recibir la bendición y consejos de Don Orione, quien insistió una y otra vez: "Conserven el ánimo, estén contentas y sirvan a Jesucristo en los pobres".
Claypole: El milagro de los pequeños comienzos
Llegadas a Claypole al mediodía, junto a otras hermanas, comenzaron a preparar la casa para la gran inauguración. Con manteles donados, altares sencillos y el corazón lleno de entusiasmo, cada rincón era transformado con amor.
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Primera casa que ocuparon las Hermanas enviadas a Claypole |
El 21 de mayo de 1936 fue un día histórico: entre banderas, cantos y la multitud llegada en automóviles y colectivos, se inauguró oficialmente el Pequeño Cottolengo Argentino. Estuvieron presentes el Presidente Agustín P. Justo, el Nuncio Apostólico Felipe Cortesi, obispos y fieles. Se bendijeron pabellones, el templo dedicado a San José Benito Cottolengo y se recibieron los primeros asistidos.
Don Orione, infatigable, corría de un lado a otro organizando todo, olvidándose incluso de comer. Solo cuando todo terminó, pudo sentarse humildemente afuera de la casa, tomando un poco de caldo en un plato sobre las rodillas. Así, entre gestos pequeños, se escribía una página grande de caridad.
Una vida que crece y se entrega
Los días siguientes fueron de trabajo incesante. Llegaban hermanas nuevas, como María Prudencia, y nuevos asistidos: jóvenes paralíticos, ancianos dolientes.
La vida de oración y servicio se organizaba: misa diaria, catequesis para los niños, procesiones, novenas a San Benito Cottolengo y a la Virgen María. A pesar de las carencias, todo era vivido con fe sencilla, con alegría contagiosa.
Don Orione visitaba el Cottolengo frecuentemente. Su presencia era bálsamo y aliento para todos. Bajo su impulso, las hermanas hacían ejercicios espirituales, renovaban sus votos, y recibían nuevas vocaciones que abrazaban la caridad como estilo de vida.
Conclusión
Así nació el Pequeño Cottolengo Argentino en Claypole: en la sencillez, en la pobreza, pero lleno de la riqueza más grande que existe, la caridad de Cristo viva y operante.
Entre manteles prestados, sopa improvisada y habitaciones humildes, brotó un hogar donde los últimos, los olvidados, los sufrientes encontraron dignidad, familia y amor.
Las primeras hermanas, sostenidas por la fe y animadas por las palabras de Don Orione, dejaron una herencia imborrable: la certeza de que cuando la caridad se encarna, el dolor se transforma, y el abandono se convierte en abrazo.
Hoy, mirando hacia atrás, reconocemos en esos días fundacionales la obra de la Providencia y la fidelidad heroica de corazones entregados.
Y mirando hacia adelante, sabemos que el Cottolengo sigue siendo un faro de esperanza, donde el amor no tiene medida y Cristo sigue siendo servido en cada rostro sufriente.
Que el recuerdo de estos comienzos nos impulse también a nosotros a vivir con la misma fe alegre, la misma humildad y la misma pasión por los pequeños y pobres que guiaron a aquellas primeras hermanas, verdaderas hijas de la Divina Providencia.
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