El Sagrado Corazón de Jesús y las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad
En el silencio fecundo de una
casa vacía, sin puertas ni ventanas, nacía una llama que hoy sigue encendida en
tantos rincones del mundo. Era el 28 de junio de 1915 cuando Giuseppina
Valdettaro llegaba a Tortona. La esperaba una misión y un altar: el del Sagrado
Corazón de Jesús. La casa de San Bernardino estaba siendo preparada, en medio
de la pobreza más real y de una fe que no se improvisa. Al día siguiente, 29 de
junio, fiesta de San Pedro, Don Sterpi bendecía ese humilde lugar y celebraba
la primera Eucaristía. Así, en medio de la precariedad material y la abundancia
de fe, nacía la Congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad,
fundada por Don Orione.
Allí
donde algunos habían intentado construir una humanidad sin Dios, volvieron a
elevarse oraciones, cantos de alabanza y de reparación. Se volvió a invocar a
la Inmaculada y al Sagrado Corazón. Porque la Providencia no abandona los
lugares ni las personas. Los espera. Y vuelve.
El
29 de junio de 1917, segundo aniversario de esta fundación, Don Orione quiso
sellar algo más que una fecha: consagró el Instituto naciente al Sagrado
Corazón de Jesús. En un contexto marcado por la guerra, el odio y la ferocidad
entre los pueblos, llamaba con fuerza a tocar con insistencia amorosa el
Corazón de Cristo:
“…hacer brotar de Él un océano de amor y
misericordia que apague la ira y el odio que arden entre los hombres”.
Con
mirada profética, Don Orione recordaba que ya el Papa León XIII había
consagrado el mundo al Sagrado Corazón. Pero ahora, cada miembro de la Iglesia
debía hacer lo mismo. Y su pequeño Instituto, también.
Ese
día, el 29 de junio de 1917, se volvió un signo: "Consagren al
Sagrado Corazón de Jesús todo su ser: su mente, su corazón, su alma, toda su
vida, lo más querido, sus alegrías, sus dolores, incluso sus pecados… hasta sus
harapos… todo, todo a Jesús".
Años
después, el 25 de junio de 1930, Don Orione compartiría un testimonio
inolvidable en la capilla de San Bernardino. Recordaba una aparición del
Sagrado Corazón, justo en el arco de entrada de esa Casa humilde. Con el
Corazón resplandeciente, Jesús le había dicho:
“Desde
aquí partirán mi misericordia y mi gloria”.
¡Qué
misterio tan grande! ¡Desde la pequeñez, irradiar lo infinito! El Señor se
sirve de lo sencillo, de lo pobre, de lo escondido. No para glorificarlo, sino
para donarlo.
Hoy,
también nosotras, Pequeñas Hermanas, hijas de ese mismo Corazón, estamos
llamadas a seguir difundiendo su misericordia y su gloria. No por nuestras
fuerzas, no por nuestros méritos, sino porque fuimos consagradas a Él. Y Él,
desde ese altar de San Bernardino, sigue irradiando luz.
¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confiamos,
creemos y esperamos!
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