Epifanía del Señor


“Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). “Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron, después abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11).
El torbellino dejado por las luces navideñas y de comienzo de año nos hace necesario tomar un camino que nos lleve a vivenciar el silencio adorador de la Palabra recién llegada al mundo.
La fiesta de la Epifanía parece el momento propicio para ello, pues nos conduce a encontrar, más allá del ajetreo, la simplicidad que nos regala el Niño de la cueva de Belén.
Si nos acercamos en espíritu a Belén:
· Descubriremos el deseo de estar con Él.
· Nos descalzaremos de todo, en su presencia.
· Pediremos a María y a José que nos presten sus ojos para poder mirarlo.
· Ofreceremos al Niño Dios nuestro silencio asombrado, pondremos ante Él nuestro amor.
· Recorreremos el camino de la soledad a la comunión.
· Lo dejaremos entrar en nuestro corazón, dejando que agrande el espacio del amor.
· Uniremos nuestras manos a las de todos y adoraremos al Emmanuel, al Dios con nosotros.
· Lloraremos de agradecimiento al sentir cómo la vida nos toca y cómo todo se embellece ante este suave Amor del Niño.
· Saldremos a la calle con un profundo respeto hacia todo y hacia todos, con el rostro embellecido por su bondad, con las manos solidarias, con el corazón abierto.

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