Don Orione y la Eucaristía

¿Sería posible imaginar a Don Orione sin Jesús sacramentado?, o mejor dicho ¿sin la eucaristía, Cuerpo y Sangre del Señor?

    Don Orione nunca dejó de comentar a lo largo de su vida cuán importante es la huella que su mamá Carolina, dejó en su vida. Él mismo contaba que en verano Mamá Carolina, iba a espigar detrás de los segadores. Ella envolvía a Luis, todavía pequeño, en una manta y no pudiéndolo dejar solo en casa lo llevaba consigo. Cuando tiempo más tarde el niño ya sabe caminar, mamá Carolina lo animará para que también él recoja espigas diciéndole: “¡Luis, esto es pan! ¡Toma, es pan!” Le contaba la leyenda de Jesús, cuando iba junto con sus discípulos y se bajaba del burrito para recoger del suelo un trozo de pan. Don Orione no olvidará esa lección.

    Parece que esta catequesis de mamá Carolina, dejó en su hijo una impronta muy bien marcada ya que más tarde, siendo seminarista e incluso ya como sacerdote, Don Orione sentía la necesidad constante de recibir y de conversar con Jesús Eucaristía.

    En la escuela de otro santo, Don Bosco, adquirió la costumbre de comulgar todos los días, aunque no fuera la modalidad de la época y estuvo inscripto en la “Compañía del Santísimo Sacramento” que además de la comunión frecuente promovía la adoración a Jesús en la Eucaristía.

    Siendo seminarista diocesano y trabajando de sacristán en la Catedral de Tortona, como su pequeña habitación estaba en lo más alto de la catedral, desde una ventanita del pasillo que daba a la misma, se podía ver el Sagrario y desde allí podía permanecer en contemplación y en adoración de la Eucaristía sin miradas indiscretas y sin ser molestado. Delante de su mirada y de su corazón se abre también la visión de las numerosas necesidades espirituales que atender y de las muchas necesidades materiales del prójimo que socorrer.

    Ya como Fundador de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, un día de noviembre de 1917, se verificó un hecho poco común, en la capilla de las Hermanas. Las Hermanas Clarisas de Venecia estaban como huéspedes de las Religiosas de Don Orione. La Hermana María Esperanza que ejercía los oficios de portera y de sacristana a la vez, se había quedado sin hostias para consagrar. Ella sabía bien que en el Copón del Tabernáculo quedaban sólo dos o tres hostias consagradas. Hubiese querido pedir a Don Orione que atrasara la celebración de la Misa, para darle tiempo de ir a la ciudad para conseguir hostias, pero no se animó porque Don Orione se había ido ya al Altar a la hora establecida. Por ser sacristana, María Esperanza, era una de las primeras en comulgar, por eso, al acercarse al Altar para recibir la Comunión echó un vistazo al copón y se dio cuenta de que las hostias no alcanzarían para todas. Sin embargo, detrás de ella pasaron todas las Monjas y todas recibieron la Comunión. Unos años después, Don Orione recordando el hecho, contó que al disponerse a distribuir la Comunión se dio cuenta que en el copón había solamente tres Hostias. En ese momento se preguntó a sí mismo cómo podría dar la comunión a tanta gente. Las Clarisas eran 26 y sus Hermanas unas veinte. ¿Partir las Hostias? Eran sólo tres y no habrían sido suficientes. Desconcertado como estaba de repente lo invadió una gran luz y mientras levantaba una de las tres Hostias e iba repitiendo “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, observó que, desde la frente de una Hermana Clarisa, salía un rayo de luz que llegaba hasta el copón que él tenía en sus manos. Cuando comenzó a distribuir la Comunión vio que las Hostias se iban multiplicando entre sus dedos y al terminar de distribuir la Comunión, en el copón quedaban todavía las tres Hostias.

    Don Orione solía afirmar que: “¡La mejor caridad que se le puede hacer a un alma es darle a Jesús! Y el más dulce consuelo que le podemos dar a Jesús es darle la posesión de un alma”

    Podemos descubrir que para Don Orione la Comunión tiene una doble función: espiritual y apostólica. Que consiste en unirnos a Cristo para llegar a ser verdaderos apóstoles, pues en la mesa eucarística, Cristo nos enseña cómo entregarnos generosamente y sin fingimiento a los más necesitados, los más abandonados, lavándonos los pies unos a los otros, rompiendo nuestras vidas al servicio de los demás para que ellos también tengan vida. El apostolado de la caridad según el espíritu de Don Orione se hace realmente prolongación del sacrificio eucarístico en la vida concreta, en la vida real, en la vida cotidiana. Ciertamente no es algo fácil, pero lo más importante es ser consciente de esto: que la eucaristía no se termina después de la misa, pues existe un vínculo vital entre la eucaristía y la vida cotidiana. La eucaristía no se limita a la misa porque nos lleva a los caminos humanos, a las calles, a la vida concreta y real, a encontrar en la figura de los más necesitados de nuestros hermanos el rostro de Jesús.

    Concluyo con estas palabras del mismo Don Orione de un 31 de agosto de 1931 donde, al igual que Jesús, quiere hacerse alimento para los más necesitados: "¡Quisiera llegar a ser alimento espiritual para mis hermanos que tienen hambre y sed de verdad y de Dios; quisiera revestir de Dios a los desnudos, dar la luz de Dios a los ciegos y a los deseosos de más luz, abrir los corazones a las innumerables miserias humanas y hacerme siervo de los siervos distribuyendo mi vida a los más indigentes y abandonados; quisiera llegar a ser el insensato de Cristo y vivir y morir de la insensatez de la caridad por mis hermanos!"

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